Altavoces acoplados y retroalimentación en la Web 2.0

Después de haber presenciado dos fenómenos recientes como Wiki Leaks y los levantamientos en el Magreb ya no debería quedar nadie que piense que esto de las redes informáticas no es más que una frivolidad impulsada para nutrir la cultura popular y dar vida a los mercados de la electrónica de consumo. El año electoral en el que nos encontramos es como una especie de ensayo para el próximo, en el que se decide sobre la apertura de un nuevo ciclo político en España. Aunque no suficientemente planteado a estas alturas, a diferencia de otros que conciernen a la economía, las pensiones y la estructuración territorial del Estado, uno de los grandes interrogantes para los próximos meses será de qué modo las nuevas tecnologías influirán en las campañas políticas más. No cabe duda de que lo harán. El pásalo del 11-M, las redes de blogs socialistas que durante la era Zapatero han cumplido con diligencia su misión de transferir capilarmente a la sociedad la propaganda del gobierno, los cerditos voladores del Lehendakari López en 2009, tienen un carácter más estructural que anecdótico. Eso que llaman Web 2.0 -compuesta por los blogs, las redes sociales, el twitter y diversos entretenimientos incrustados en el navegador de Internet- no solo sirve como herramienta propagandística. También tiene potencial para cambiar la comunicación y el mismo funcionamiento de la sociedad.

La primera Internet, surgida a comienzos de los 90 del siglo pasado, tuvo un carácter estático, sin margen para la interacción, salvo el correo electrónico, FTP, los newsgroups, algunos foros y un conjunto de herramientas hoy en desuso (Gopher, Veronica, Archie) o que servían a los cibernautas experimentados para buscar información e intercambiarse archivos. Con aquellos navegadores primitivos –Mosaic, Netscape o los primeros Internet Explorer de Microsoft- podíamos saltar de unos sitios a otros siguiendo enlaces, pero no había modo de saber quiénes llegaban hasta nosotros. En aquella red, que crecía de manera incontrolada volviéndose cada vez más anárquica, y sin crear ningún valor apreciable para las empresas ni el consumidor, el único nexo vertebrador lo constituían los denominados portales y los primeros motores de búsqueda (¿Quién se acuerda de Altavista?). Todo eso cambió a comienzos del milenio gracias a la difusión masiva de innovaciones de software que hacían posible la ejecución de código en el navegador. Las páginas web ya no se traen desde un servidor, sino que se construyen dinámicamente en el momento de ser solicitadas, con todos los applets y recursos necesitados en ese momento por el usuario. De repente la economía de los enlaces se había vuelto bidireccional. Entonces no solo nació la web 2.0: cambió también la dinámica de la red. Ahora era posible la realimentación, y con ella los blogs, las redes sociales y toda esa enorme variedad de sitios que el usuario tiene hoy a su disposición para compartir contenidos, vender su privacidad a las grandes empresas de publicidad o hacer lo que le dé la gana.

Por mucho que se lea sobre el tema en los libros de gurús como Nicholas Negroponte o Douglas Rushkoff, no se entenderá lo que es la web 2.0 mientras no se tenga claro el papel determinante del feedback. La retroalimentación supone un cambio cualitativo en la dinámica de funcionamiento de los sistemas. Rompe la linealidad de los procesos, repercutiendo sensiblemente sobre nuestra capacidad para mantenerlos bajo control. Si se trata de feedback negativo, como el que hace saltar el termostato de la calefacción o intervenir a la policía en una bronca familiar a medianoche, ni tan mal. Pero la retroalimentación positiva -es decir, aquella en la que el resultado de un proceso vuelve a incorporarse al mismo como material de entrada para ser elaborado en un nuevo ciclo, y así sucesivamente- es harina de otro costal.

Todos estamos familiarizados con un molesto fenómeno que en nuestros tiempos universitarios servía como pretexto para alborotar en clase, y que hoy nos fastidia cuando tenemos que hablar en público: comenzamos nuestro speech o movemos el micrófono y de repente sale por los altavoces un zumbido insoportable. El crescendo -se trata además de un tono puro, sin timbre, muy desagradable para el oído- se produce porque el sonido que sale del altavoz vuelve a entrar en el amplificador a través del micrófono. Este es un fenómeno típico de retroalimentación. Cuando lo que intervienen no son magnitudes físicas, sino elementos de un ecosistema o seres humanos, la retroalimentación nos adentra en el enigmático imperio del caos, de las ecuaciones no lineales, de lo impredecible. De las revueltas populares y los cracks en la bolsa. Pero también de los sistemas emergentes, en el que los investigadores apenas acaban de internarse en nuestros días a través de estudios fascinantes sobre historia urbanística, inteligencia artificial, génesis de organismos pluricelulares o el desarrollo de las colonias de hormigas. La tesis principal es que la interacción entre elementos individuales que actúan impulsados por pautas simples y aplicables a escala local puede generar estructuras y órdenes de tipo superior, además de otros fenómenos difíciles de explicar, de consecuencias imprevisibles y por lo general desproporcionadas a las causas que las originaron. Esta idea es directamente transferible a la Internet de nuestros días, con sus millones de nanopublicadores, comentaristas de blogs y usuarios de redes sociales como Tuenti o Facebook.

Por si todo esto les suena demasiado abstracto, recientemente hemos asistido a un fenómeno de realimentación en la red: el revuelo causado por los insultos contra Patxi López. Todo empezó con un comunicado oficial en el que se hacía saber, de manera oficiosa, que el Lehendakari había tenido que interrumpir su programa de actividades por culpa de un cólico nefrítico. Acto seguido algunos energúmenos exteriorizan en Internet deseos de muerte y sufrimiento extremo contra el titular de Ajuria Enea. El resultado fue una bronca monumental entre los dos partidos principales de la política vasca, con intercambio de comunicados oficiales en los medios tradicionales y el inicio de un nuevo bucle en Internet: intervención de los administradores para borrar determinados comentarios que rebasan los límites de la humanidad y del buen gusto, etc. En la actualidad el asunto no ha parado de reverberar, dando vueltas entre los medios y la red como un pájaro saltando entre los palos de su jaula, y probablemente lo veamos reaparecer en la campaña electoral.

Sospecho que estos fenómenos de retroalimentación van a jugar un destacado papel de aquí a las elecciones. De hecho ya lo están haciendo: a día de hoy, ¿quién podría decir lo que hay de cierto o de exageración en todos esos temas que los partidos utilizan como armas arrojadizas para desacreditarse unos a otros? Gürtel, el Faisán, Mercasevilla, los espías de la Ertzaintza, el CNI dizque infiltrado hasta en los ascensores de Sabin Etxea, las adopciones ilegales durante el Franquismo… ¿Se trata de hechos ciertos y probados o de simples leyendas urbanas propagadas a través de las Tecnologías de la Información? Lo único que conocemos con certeza es su dinámica de retroalimentación: del papel de periódico a los blogs y las redes sociales de Internet, donde se calienta a la audiencia y se la estimula para que esté alerta ante lo que puede salir en el informativo de la noche o en los periódicos al día siguiente. Y vuelta a empezar, hasta que el ruido se hace insoportable y la megafonía deja de ser útil por saturación.

Es bueno que el consumidor de informaciones esté informado sobre el impacto mediático de las nuevas tecnologías, porque de lo contrario el mundo puede convertirse en un lugar mediáticamente molesto -más de lo que ya es, si cabe-. El volcán, aunque siga siendo peligroso, ya no nos inquieta tanto cuando conocemos algo de la geología que lo hace explotar. La próxima vez que leamos en Internet o los medios algo realmente perturbador, estemos prevenidos: puede tratarse de feedback paranoico. Ni tanto ni tan calvo. Con respecto a los políticos que quieran hacer un uso productivo de Internet en sus campañas, simplemente decir que ya no basta con poner en marcha una bitácora para hacerla funcionar como si fuera un pasquín de la Segunda República, ni crear grupos de amigos en Facebook. Eso ya lo hizo Obama, y por ser el primero pudo aprovecharse de una ventaja estratégica que no volverá a existir. Lo que se necesita no son recetas fáciles ni eventos en hoteles, sino un trabajo más serio en el campo de las redes y las Tecnologías de la Información.

De este modo la clase política, sin distinción de color ni siglas, lograría tres ventajas: primero estar preparada para las innovaciones que vayan surgiendo; segundo fortalecer su liderazgo frente a unas bases cada vez más entrenadas en el uso del ordenador, y que todavía toleran que el líder no sepa inglés, pero no que carezca de un blog; y finalmente mayor solvencia moral y capacidad para sacar al electorado de la apatía causada por el ruido de acoplamiento en los altavoces, y que únicamente beneficia a aquellos partidos cuyo peso relativo en la escena política tiende a aumentar con el voto nulo y la abstención.

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